Hola, amigos y amigas:
Hemos sabido que hoy, en vuestro colegio estáis celebrando el Día Internacional de los Derechos de la Infancia, que estáis preparando grandes murales con imágenes de niños y niñas felices y sonrientes, que leeréis y pediréis los derechos que os corresponden y…
Y nos hemos quedado sorprendidos, y nos hemos preguntado:
¿Qué están celebrando los niños y las niñas de los países desarrollados?
¿Qué derechos reclaman: el derecho a tener el último modelo de Nintendo o de Wi?
¿Qué sus padres les compren un móvil que haga fotos o vídeo?
¿Qué tengan más ropa, más modelos de zapatillas de deporte y que sean de marcas importantes?
¿Estarán pidiendo tener una casa donde vivir, televisión en su dormitorio, una familia que los cuide, una escuela con más ordenadores?
Queremos que nos conozcáis. Nosotros somos niños y niñas como vosotros, pero nuestra historia es diferente. Por favor, escuchadnos:
Hola, mi nombre es Nesemu y mi historia empieza el día que los rebeldes llegaron a Jafa, el pueblo en el que yo vivía junto a mi familia. Ellos asesinaron a mi madre y mis hermanas, golpearon a mi padre y lo metieron en la cárcel. A mí me pidieron que me uniera a ellos. Si me hubiera negado también habrían asesinado a mi padre.
Los rebeldes me llevaron a un monte en el que había 175 niños más. Allí nos enseñaron a todos a luchar y a arrastrarnos con nuestras AK-47, Beretti y metralletas Uzi bajo alambres de espino, a limpiarlas y a disparar.
A veces realizábamos “misiones” llamadas “Capturar y destruir” en las que no podíamos dejar nada en pie ni nadie vivo. Antes de empezar estas matanzas nos drogaban para que fuésemos capaces de obedecer sus órdenes: violar, matar, decapitar…
Cuando cumplí once años, mi país consiguió la paz y pude dejar mi vida de soldado. Nunca volví a ver a mi padre, lo asesinaron aquel mismo día. Tampoco he podido volver a mi pueblo porque todo el mundo sabe que he sido un soldado asesino.
Yo me llamo Tahisa y tengo ocho años. Tengo mucha suerte porque soy una niña y mis padres no me han vendido a cambio de comida como a mis hermanas. También tuve suerte cuando pisé aquella bomba escondida entre los matorrales un día que jugábamos en el campo a perseguir lagartijas. Aquella bomba no me mató, sólo perdí una pierna y me quedé ciega. Mis padres caminaron dos días hasta llegar a un viejo hospital y yo pude sobrevivir. Yo no puedo ir al colegio por varias razones: primero, porque soy una niña y las niñas en mi país se quedan ayudando en las tareas del campo. Segundo, porque hay que ir caminando más de una hora y yo no puedo andar. Tercero, los niños o niñas que son ciegos no pueden ir al colegio porque sólo les pueden enseñar a los niños o niñas sanos.
Mi nombre es Iqbal y fui vendido como exclavo cuando tenía seis años para que mi hermano mayor pudiera casarse. En mi país, Paquistán, los pobres no tienen más que sus brazos y los brazos de sus hijos para salir adelante, es normal que esto suceda. Mis padres pidieron un préstamo de 36 euros para la boda y a cambio yo trabajaría hasta pagar la deuda. Mi trabajo era en un taller de tejidos. Como no sabía leer, al igual que los otros niños que allí trabajábamos, nuestro dueño nos daba un plano con un talim, un lenguaje de signos para saber los colores de los hilos y dónde iban los nudos.
Cada mañana nos despertábamos mucho antes del amanecer. Dormíamos acurrucados en el mismo suelo del telar. Rápidamente nos poníamos a tejer quince horas seguidas sin levantarnos del suelo. Si alguien se levantaba a estirar las piernas o asomarse a la puerta, nuestro dueño cogía un gran peine de acero con los dientes muy afilados que utilizábamos para desenliar los hilos y nos raspaba la espalda. Ahora padezco una enfermedad crónica de los pulmones debido al polvo que sueltan los hilos y raquitismo por los años que llevo sentado en la misma postura. Mis manos y mi espalda están llenas de heridas. Ahora mi madre está enferma y necesita dinero para los medicamentos. La deuda se ha hecho más grande. Puede que muera aquí fabricando tapices que compran los turistas.
¿Qué derechos tenemos nosotros? ¿Qué creéis que debemos reclamar? ¿Sabéis que en el mundo hay millones y millones de niños y niñas que no tenemos nada, que vivimos en la mayor de las miserias, que morimos diariamente de hambre porque ni siquiera tenemos derecho a comida ni agua?
Por eso queremos pediros que cada vez que celebréis algo, cada día que os levantéis por la mañana y os quejéis a vuestros padres de que no tenéis ropa nueva que poneros, cada vez que protestéis una comida o pidáis más juguetes, que penséis en nosotros, en como vivimos y morimos diariamente, que vosotros y vosotras tenéis cubiertos todos los derechos y nosotros casi ninguno, que nosotros no somos niños y niñas felices y sonrientes porque nuestra vida no tiene futuro y que entre todos y todas debemos construir un mundo más justo, sin grandes diferencias sociales y económicas.
Entonces es cuando podremos celebrar el Día de los Derechos de niños y niñas.