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EL ESTUCHE DE LAS PALABRAS

APADRINANDO PALABRAS: PICHO

APADRINANDO PALABRAS: PICHO

El maestro José Román ha apadrinado una palabra de nuestro diccionario en peligro de extinción. Éste es el cuento que nos ha regalado.

¡PICHO! 

-¡Picho!- gritó mi padre al chucho cuando éste intentó quitarme el trozo no muy grande de tocino que, encima de una gran rebanada de pan, me estaba ofreciendo como merienda, sentados los dos en un escalón del patio, a la sombra verde del parral.

Y a la misma vez que lo espantaba con la voz, dio un pisotón en el suelo que lo debió terminar de asustar al ver que la cosa iba en serio. Lepanto dio un medio ladrido, como diciendo ahí os pudráis, y se alejó de un salto regateándole al aire y levantando el rabo.

-Hijoputa el perro, oye. “Pa” lo poco que nos podemos llevar a la boca, se lo quiere jalar el cabrito. Mejor espabilara para echarse encima del conejo o la perdiz cuando lo llevo de caza… Cualquier día lo doy, y santas pascuas…Y tú, come, vamos –añadió, dándome una navaja para poder hacer trocitos el tocino-; que ése es capaz de volver y dejarte a dos velas.

Desde aquella tarde le tomé manía a los perros, a todos los perros: a Lepanto, por aquel intento de adelantarse a mi hambre; a Canelo –que lo sucedió al poco tiempo, pues mi padre cumplió su amenaza y se lo endiñó a mi tío Vicente- porque se convirtió en el hijo mimado de la casa: mis padres le echaban los huesos mal apurados de pollo o de conejo antes de que yo les hubiera roído bien la carne difícil.

Cuando murió mi padre, de unas toses que le llenaron el pecho de ruidos y la boca de sangre, Canelo le demostró su cariño más que nadie de la familia: se quedó allí, en el cementerio, tras enterrarlo, y ya no volvió nunca más-

-¡Picho! Le dijo el enterraor, amenazándole con la pala para apartarlo de la tumba donde se asomaba peligrosamente, a punto de caerse dentro.

Pero Canelo ni se movió, como si fuera una de esas estatuas que hay en los cementerios sobre las tumbas de los ricos. Y allí lo dejamos por imposible, que ya saldría él por su cuenta y tampoco era el momento de dar un escándalo de ladridos.

A los nueve días del entierro se celebró el funeral por mi padre, y toda la familia, de luto de los pies a la cabeza, volvimos a la iglesia que estaba llena de gente tan triste como nosotros. Cuando el cura terminó de decir sus cosas, los familiares nos quedamos en el primer banco para que la gente volviera a darnos el pésame.

- Acompaño tus sentimientos, Encarna –le oí decir al enterraor-. Por la muerte de tu marido y por la muerte del perro, que amaneció muerto al día siguiente sin más herida que la de la pena.

Luego, ya en casa y cuando estábamos cenando todos cabizbajos, mi madre rompió el silencio:

- Si a esta casa no podrá entrar nunca un hombre como padre, tampoco podrá entrar un perro.

            - Bien dicho, madre –me atreví a decir yo-. Que para lo único que sirve un perro es para robarnos la comida y el cariño.

             - Y mi madre –a la que le vi descolgar dos lágrimas, una de cada ojo, seguro que una por cada muerto, me miró sin contemplaciones y me dijo:

            - Tú, a callar. Cuando te digan “picho” levantas el rabo.

            Desde aquel día comenzaron a llamarme “Picho”, primero mis hermanos, luego mis amigos, después todo bicho viviente. No lo aguanto, maldito mote. No tengo rabo que levantar, pero cuando mis amigos me dicen “Picho” yo les enseño mi dedo de en medio, tieso, como diciéndoles con todo mi corazón: “por aquí”. Y a los mayores, como no puedo hacerles la peseta porque está mal visto y puede haber leña, se la hago con el pensamiento. Y yo creo que lo notan.

            Ahora es vuestro turno. ¡Adelante!

 

14 comentarios

Elizabeth Bergillos Jurado 4ºB -

¡PICHO!


Un día por la tarde estaba yo jugando con mi amiga Obdulia. Mi amiga se fue al servicio, vino un perro negro y yo le dije:
-¡Picho! Aléjate de mi vista.
El perro no se asustó y dije pegando un pisotón :
-¡Picho! Vete a otro sitio.
El perro se fue, pero me dio lastima y lo llamé:
-Sssss, sssss, mup, mup.
El perro vino y vi que era macho y le puse por nombre “Gordo”, porque estaba gordito.
Yo cogí al perro y me lo llevé a mi casa. Me dijeron que me lo podía quedar y, a partir de ese momento, tuve una perra y un perro.
Mi perra tuvo cachorrillos y me dijo mi madre:
-Bueno, te los puedes quedar.
Porque yo también me los quería quedar.
Crecieron, tuvieron más crías y así sucesivamente.
Todos tuvieron en total cientos de cachorritos. Y yo estaba muy contenta.



María José Aguilera 6ºB -

Había una vez, una paloma que se llamaba Picho, estaba muy triste, porque su única amiga había desaparecido. Fue a buscarla pero no la encontró, se fue a su casita y mientras veía la televisión, escuchó llorar a alguien. Picho, fue a ver quién era. Y era su amiga Pepa, otra paloma. Picho, se sorprendió mucho, y le preguntó que dónde estaba. Pepa le dijo que se sentía sola, nadie la quería y había perdido el anillo. Picho dijo:
Yo te quiero, y tu no estás sola.
Iremos a al iglesia, a encontrar mi anillo- dijo.
Claro que sí- dijo Picho.
Fueron a la iglesia, pero no toparon el anillo. Andaron de casa en casa, y en una que era la casa del caracol Pichoteca, les dijo que la tenía el pato de Tormas, que se lo iba a dar a su pata de Tormes. Corriendo fueron a encontrar a el pato de Tormas, y no lo tenía, lo tenía una niña ciega de Barcelona llamada Clara. Quizás, su nombre era ese por ser tan rubia. Exploraron, para saber dónde estaba y las dos se fueron, a Madrid, comieron y desde allí directamente a Barcelona. Cuando llegaron a Madrid vieron a dos señores, que iban a Barcelona y se metieron en las maletas. Al llegar a Barcelona, los dos señores, dejaron las maletas y se fueron a comprar una tarjeta. Las dos palomas salieron y empezaron a volar. Fueron a la casa de Clara y les pidió que se quedaran a vivir con ella, porque ella se sentía sola y, al ser ciega, necesitaba ayuda. Le dijeron que sí. Y así sucedió. Ella no quería salir y las dos palomas, le hacían los recados y mandaban las cartas que ella escribía. Y así estas tres amigas pasaron de estar tristes a estar contentas.

Noelia Cazalla Millán 6B -

¡Picho! Gritaban todos,
con cara de enfadados,
y Picho se iba
con cara de amargado.

Cada vez que le decían Picho,
él obedecía,
aunque le maltrataban,
él proseguía.

Picho, es la palabra correspondiente,
para echar a un perro,
con toda seguridad
sin tener ningún miedo.

¡Picho, tira pa´ ya!,
es lo que dicen siempre,
no se cansan nunca
aunque lo dicen normalmente.

Picho en la cocina,
Picho en el salón,
Picho en el dormitorio,
¡Por todos lados! ¡Por todos sitios!

Y esa es la paciencia
que hay que padecer
cuando se tiene un capricho
y un albedrío ejercer.

Y así termina esta poesía
sobre la palabra “Picho”
y espero no espantaros
porque solo es un dicho.

Julián Torres Fuentes 4º B -

¡Picho!

Me fui con mi gata a caminar por el campo. Mi gata se llama Estrellita y es blancuza como las nubes, con unos grandes ojos verdes y azules como el agua tranquila del mar. Cuando llegamos al campo nos pusimos a jugar pero, mientras tanto, yo me fijaba en la pata de Estrellita, la tenía muy negra. De pronto salió un ladrido de un arbusto. Estrellita se asustó y salió corriendo, y en mitad del camino se cayó. Vi que tenía la pata negra. Pero ella, con pierna o sin pierna negra, se fue echando humos. Me acerqué al arbusto de donde había salido el ladrido. Y, entre la hierba, apareció un perro y dije muy enfadado:
-¡Picho! Tú has sido el que has mordido a mi gata. Arrepiéntete y podrás ser mi amigo, te adoptaré. Pero me tienes que prometer que me harás caso.
Volví a llamarle “Picho”, y el perro levantó el rabo como diciéndome que estaba de acuerdo. Era un perro marrón, con los ojos de color chocolate. Yo seguí diciéndole:
-¡Picho, Picho, Picho.........!
Cada vez que se lo decía él me hacía caso, se volvía más obediente.
-¡En adelante, lo llamaré Picho! -dije.
Lo llevé a mi casa y allí los enamoró a todos y les gustó el nombre que le puse. Hasta a la gata, que parecía que ya cojeaba menos.

Antonio Medina - 4º B -

¡PICHO!
Llovía intensamente. El viento daba golpes en las ventanas exteriores y caían relámpagos fugaces y luminosos sobre la barrosa tierra. Se veía un bulto amarillo fosforito y gordo. Cogí un chubasquero y unas botas de agua rojas y altas, a las que si les daba luz deslumbraban en la oscuridad.
Iba a salir yo a la calle y me dijeron mis padres:
-Ten cuidado, hay perros con rabia y tú eres presa fácil con esas piernas tan largas que tienes y tu barriga regordeta.
Cuando salí, encontré un perro en vez de un bulto amarillo y le dije:
-¡Picho, Picho, ven para acá a refugiarte en mi casa
-¡Guauuuuuu!, -me respondió.
-¡Ven para acá, por favor!
Se vino a mi casa, pero se quedó toda la noche mirando por la ventana, como un perro fiel, fiel a la calle.
Al día siguiente vi al perro con el pelo más negro, como si el rubio de su pelaje natural se estuviera oscureciendo. Y dije:
-¿Que te pasa?, -grité.
-Estoy solo y no puedo jugar a nada -me contestó.
-Te devolveré a la calle, con tu manada. Pero vuelve antes a tener tu otro pelo rubio.
Le devolví a la calle con los suyos. Desde entonces yo salgo a visitarle todos los días y juego con él y con los de su manada.
Y si algún día me mudo de barrio, no lo olvidaré nunca a Picho.

Obdulia Cristina Medina Iñiguez -

¡PICHO!

Picho es mi perro travieso y juguetón que mete la pata una y otra vez. Como jamás le regañamos, se ha vuelto un mal educado.
Hasta que un día le dijimos:
¡Picho!
El perro no sabía lo que le estábamos diciendo; así que se fue y rompió las cortinas moradas que tanto le gustaban a mamá. Y mamá le dijo:
-¡Picho!
Y otra vez huyó. Cada vez que lo hacía, iba rompiendo los objetos más valiosos. Y lo tuvimos que echar de casa. Cuando pasó mucho tiempo, viendo que no volvía que no volvía a casa, salimos a la calle y gritamos:
¡Azucarillo! ¡Azucarillo!
Lo vimos en la puerta de la tienda de azúcar, comiendo taquitos y terrones. Nos acercamos y le dijimos:
-¡Picho!
Pero la dependienta salió de la tienda y dijo:
-No le digáis eso, no le gusta ese mote. Este trozo de azúcar se lo he dado yo. A propósito, ¿me lo puedo quedar? -nos preguntó la dependienta
-Vale, pero cuídelo bien. Nosotros no pudimos hacerlo porque nos destrozaba todo en la casa, seguramente por decirle ese mote.
-Lo haré, pero si me prometes que no estarás triste -añadió, dirigiéndose a mí.
-Vale, lo prometo. -dije yo, sin que asomara mi tristeza.
Y Azucarillo se quedo con María, la dependienta.
Ahora estoy deseando que en mi casa se acabe el azúcar para que mi madre me mande a la tienda.

Natalia Lérida García -

PICHO

Yo estaba en la parcela de mi abuelo,cuando oigo decir:
-¡Picho,vete de aquí !
Entonces vi que un perro salía gritando:
-¡Gua, gua, gua!
Mi abuelo salió detrás de el, corriendo como una bala.
Yo me estaba bebiendo un zumo de limón, sentada en una silla, tranquilamente, cuando pasó por mi lado y me lo quitó. Yo le dije cabreada:
-¡Pichooooooooooo, me has quitado mi zumo de limón, que es lo que mas me gusta!
“Leopardo”, que era como él se llamaba, como sabia hablar, dijo:
-¡Yo no soporto más esta casa, porque están todo el día diciendo “Pichoooooooooooooooo”!
Yo para mi dije: “Qué raro, que un perro sepa hablar”
Mi abuelo dijo también para él: “Sí, qué extraño que un perro sepa hablar”.
Aquel perro era un perro especial, que había aprendido en alguna “escuela de idiomas humanos”.
Al final para que no diera más por saco, el perro se fue de casa porque nosotros preferimos un perro que ladre a un perro hablador.


María Plazas Cazalilla -4º B -

¡PICHO!

El otro día estaba muy feliz porque era el día que me iba de vacaciones al Rocío. Yo, muy contenta, me monté en el coche. Cuando llegué a Matalascañas, me metí en el agua un poquito para no mojarme mucho la ropa. Comimos en el hotel y por la tarde nos fuimos a la playa. Y vi a un hombre que le decía a un perro:
-¡Picho!¡Picho!¡Estate quieto! Si no te estás quieto te voy a pegar!
-No lo haga, señor.
-Tú, a callar.
-Es que me da lástima, mucha lástima.
-¡Te he dicho que te calles! Si no quieres que le pegue al perro, te pego a ti.
-No. Ni al perro ni a mí.
El hombre se calló y empezó a pegarle al perro.
Yo llamé a la policía y ésta le puso una denuncia por maltrato a los animales.
Sé que, desde entonces, ese hombre ya no intenta rozar siquiera a un perro.


Mª del Pilar Gámez Romero 6ª -

Picho
Un día yo estaba con mi perro y le quitó a mi amiga la pelota para jugar. Ella pensó que se se iba a quedar sin pelota y le gritó:
-¡Picho¡
-¿Que significa eso? -le preguntó yo.
Eso se le dice al perro para que se vaya.
-¿Pero mi perro qué te ha hecho para que lo eches?
-Que me ha quitado la pelota.
-Pero mi perro sólo quería jugar.
Al día siguiente salí a la calle, como era habitual, para pasear a mi perro y todo el mundo le decía:
-¡Picho¡
Yo les dije que mi perro sólo quería jugar con ella.
Y que a mi perro no le tienes que decir eso porque picho se le dice al perro para espantarlo y dijeron:
-¡Eso es mentira¡
.-No, mira, picho es lo que te he dicho antes porque mira, pregúntale a ese abuelo qué significa picho.
-Perdone señor ¿Qué significa picho?
-Picho se le dice al perro para espantarlo.
-Gracias.
Perdona por decirle eso a tu perro y ya me he dado cuenta de que no me quería robar la pelota porque tu perro es muy pacífico y no podría quitármela.
El perro era muy juguetón grande y goloso, le gusta ladrar y pasear.

Rubén García Muñoz 6ºB -

Érase una vez una persona muy buena, a la que nada le molestaba, era muy difícil enfadarlo porque era muy educado. Este señor se llamaba Alejandro y era alto, con ojos verdes, amable y muy sensible. Un día pensó comprar un perro recién nacido y eso fue lo que hizo, llegó a una tienda de perros y lo compró. El perro era muy chico y es de los que crecen muy poco. El color de su piel era marrón y verde, además era muy veloz y molestaba continuamente. Este perro estaba entorpeciendo a Alejandro todo el rato y entonces, dado el caso de que no tenía nombre lo llamó Picho porque él pensaba que era la palabra que mejor definía a este perro porque siempre molestaba. Conforme Picho iba teniendo más años parecía que era más responsable pero no lo suficiente porque todavía seguía molestando. Cada vez que Alejandro decía en voz alta Picho, él sabía que había hecho algo malo, en cambio cuando lo decía tranquilamente Picho sabía que no había hecho nada malo.
Él veía que era imposible domesticar a Picho, entonces lo llevo a una escuela de perros muy sofisticada, una de las mejores que existían. Tras duros años de entrenamiento Alejandro vio que Picho ya no era como antes (ya no molestaba tanto) y entonces Alejandro le dijo a la dueña de la escuela de perros que se iba a llevar a Picho y así fue, se lo llevó. Al final Picho, el perro de Alejandro, nunca jamás molestó a su dueño y los dos vivieron mucho más tranquilos.
Moraleja: Aunque sea muy difícil siempre tienes que intentarlo.

Manolo Vega Marrtinez -

¡Picho!
Un día Gustavo fue a recoger la cosecha y la mitad no estaba.
Los cuervos se la habían comido.
Entonces Gustavo fue a por el perro Tobi: era muy obediente pero la gata no.
Ella se llamaba Luna , era muy traviesa.
Entonces pasaron dos días y Luna se comió el huerto entero y Gustavo salió a ver la cosecha y se enfadó y dijo:
- ¡Picho! ahuyentó a Tobi. Entonces, al cabo de unos días, Gustavo salió otra vez y vio a Luna comiéndose la cosecha y la mujer dio a Luna a un enemigo de Gustavo.
Y la gata Luna sabía hablar y le dijo al dueño:
- Vamos a comernos el huerto de Gustavo.
Y le dijo que sí.
Entonces Gustavo le dijo a su mujer:
- Nunca más voy a decir picho.

Francisco Antonio Castilla Delgado -

¡PICHO!
Un día iba yo con mi padre dando un paseo y vimos a un hombre con una cajita de cachorrillos y los dejó abandonados. Mi padre le gritó al hombre:
- ¡Pero no le da vergüenza, voy a llamar ha la policía! Y el hombre se montó en el coche y se fue a gran velocidad. Y mi padre cogió los perritos y uno de los perritos le mordió la mano
y le dijo mi padre ¡PICHO! Y le dije yo a mi padre:
Este perro se llamara Picho.
Y me contestó mi padre:
Tú si que eres un picho.
Y un año después los perros ya eran mayores, pero un día bebieron veneno que un señor mayor dejó debajo de un olivo, todos menos uno, Picho. Y el perro estaba muy triste y Picho se escapó y fue al sitio donde murieron sus hermanos y él, de la tristeza que tenía, bebió el mismo veneno para irse con sus hermanos. Y yo cuando llegué y no vi al perro sabía que iba a ir allí y cuando lo vi t tumbado en el suelo, muerto, me hinqué de rodillas llorando por mi querido perro Picho.

José García Medina 6ºA -

¡PICHO!
Érase una vez una familia muy rica que vivía en una mansión gigantesca. La mansión tenía piscina, un precioso jardín, un laberinto y, lo que más le gustaba a Sabueso, un enorme plato lleno de huesos, para él sólo. Sabueso es un poco pequeño, tiene pelo marrón, los ojos azules como el agua del mar y cuando hace frío lleva su gorro de lana y un trajecito, está muy mono cuando se lo pone. Tiene su propia casita.
Pero es un perro muy malo, pero lo más malo que ha pisado esta tierra.
Un día Sabueso hizo una de las suyas, pero de las suyas.
Sabueso se escapó por la puerta de atrás y caminó como si no hubiera pasado nada. Caminó y caminó cuando de repente se paró y vio una tienda de comida para perros. ¿Cómo podría entrar en la tienda? ¿De qué forma? ¡Ah! dijo la mente de Sabueso, tiene que entrar alguien en la tienda y yo iré detrás. Empezó a mirar cuando de repente vio a una persona que iba a entrar en la tienda, se metió una corrida y pudo encontrarse dentro de la misma. Era grandisima, había todo tipo de comida: pienso, paté para perros, galletas para perros y sobre todo lo que a él más le gustaba, los huesos. Sabueso empezó a chupar los huesos pero de repente saltó con voz aguda el dependiente que había en la tienda:
-¡Picho! no te quiero aquí adentro, me vas a llenar todo esto de heces.
Sabueso salió echando chispas. De repente entró otra persona en la tienda y el detrás de nuevo, “ mira que es pesaito Sabueso”. Vio con sus ojos los huesos y empezó a lamerlos sin parar, y de repente se oyó:
-¡Picho! vete de aquí y vete a tomar viento.
Mientras tanto, los dueños del perro habían salido a buscarlo, pasó el tiempo y de repente vieron a Sabueso. Corrió y gritaron ¡Sabueso!
El dependiente de la tienda de comida para perros salió a la puerta y dijo:
- Me debéis 10,99€ por los huesos que se ha comido vuestro perro.
Se los pagaron y se fueron a la mansión y cuando llegaron gritó el padre:
- ¡Picho! fuera de aquí, ya no te queremos ver más.
El perro sonrió y movió el rabo, y él padre repitió de nuevo:
-¡Picho! sal de aquí echando humo.
El perro se entristeció y se fue aullando muy rápido, “¡Qué pena!”. De repente pasó por ahí una familia buscando un perro, estaban mirando en el escaparate de la tienda de perros, pero de repente una niña saltó:
-¡Mira, papá, un perro, qué bonito! ¿Nos lo podemos quedar?
El padre pensando dijo sonriendo:
-Estupendo, nos lo quedaremos.
Cogieron al perro y se lo llevaron a una casa inmensa: era muy bonita, estaba pintada de blanco, las ventanas eran marrones, tenía un jardín verdoso y lo que más le entusiasmó fue una casita un poco grande para él solo. Ahí fue donde estaba su hogar feliz.

Francisco Medina 6ª -

¡Picho!
Estaba yo jugando al juego que más me gustaba de pequeño, el ¡escondite! en ese día algo para mí un poco extraño. Se la quedaba mi buen amigo Juan. Yo me escondí en el mejor sitio del recreo, detrás de unos grandes y verdes arbustos, cuando de repente sentí que algo me lamía la oreja mientras estaba yo atento para que no me vieran ¡Picho! dije yo al ver al gran animal de un pelaje blanquecino y marrón chocolate, tenía un gran hocico circular con el que asustaba a cualquiera y unos grandes ojos marrones, y entonces el San Bernardo de gran envergadura se asustó y nos quedamos los dos un poco boquiabiertos al vernos Asustado le toqué un poco la cabeza y dije:
- Espera aquí, ahora vengo.
A la hora del recreo fui corriendo hasta los arbustos y compartí con él medio bocadillo. Estaba ¡hambriento! A la salida del colegio me fui. Y comiendo no podía hacer otra cosa que pensar en él, entonces fui al colegio y allí estaba el gran animal, dejado caer en el suelo. Me asusté al verlo así y dije: ¡Picho! En ese momento se levantó, yo suspiré y dije ¡Buf! menos mal que estás bien, creía que te había pasado algo: ladró, como diciéndome con los ojos, acaríciame por favor. Y yo lo acaricié suavemente, y pensé: "este perro no se puede quedar aquí para siempre, tengo que hacer algo, piensa Francisco, piensa..." me dije en voz baja. Tenía que buscarle un refugio para que el perro pasara la noche, en aquel momento perfeccioné los arbustos justamente para que el perro pasara la noche.
Al día siguiente le oí decir al maestro que el director buscaba un perro con las siguientes características: un perro fuerte y grande, de color natural, un perro noble y fiel a su amo y antes de terminar me levanté de mi pupitre y dije ¡Bingo! y dije de nuevo:
- Maestro, yo conozco a un perro que cumple todas esas características.
Y el maestro me dijo:
- Baja al director y háblale de ese perro.
Y bajé, y le hablé de él, entonces el director me dijo:
- Me gustaría verlo, ¿Podría ser esta tarde?
YTle contesté:
- ¡No! si usted quiere señor director se lo puedo enseñar ahora mismo.
Y el me dijo
- Sí, perfecto, ¿dónde lo tienes?
- Aquí en el colegio, venga usted por favor -le contesté. El se levantó de su asiento y lo llevé hasta los grandes y perfeccionados arbustos donde le dije a mi noble y fiel amigo:
- Este será tu nuevo dueño, mientras ya no podía contener más las lágrimas y cayeron como dos gotas de agua cristalizada al suelo, pero el director me tranquilizó diciéndome,
- No pasa nada hijo, te prometo que aquí mismo dónde está se quedará para que tú, hijo mío, lo veas todos los días y no te recorra la pena que llevas dentro del corazón. Y todos los días iba a verlo donde al día siguiente tenía una casita de madera blanca y marrón, y desde entonces estoy feliz sabiendo que aquel perro fiel y noble estaba bien y fue un recuerdo muy bonito el haberlo conocido.